domingo, 31 de diciembre de 2017

2017: el año de los aprendizajes


A todas esas personas
que formaron parte de mi 2017.

Brindo por la amistad,
ésa que llegó para quedarse
y aquélla que está desde siempre.
Brindo por la salud,
pilar de nuestro esqueleto,
suelo necesario para poder volar.
Brindo por el amor,
bella ensoñación de atardecer en una playa
y su contracara, el desamor,
porque si algo hace, es enseñar.  
Brindo por los abrazos,
las caricias,
los llantos y
las risas.  
Brindo por la honestidad,
esa que se dice de forma suave
y sin buscar herir.
Brindo por el valor de una buena conversación,
por dejar de vez en cuando la tecnología de lado
para mirarnos a los ojos mientras hablamos.
Brindo por los sonidos,
el viento que aúlla en la noche,
la vuelta de página de un libro,
un bandoneón que se eleva por una peatonal,
treinta zapatos arañando el piso.
Brindo por los aromas,
la esencia de la propia piel
y de la ajena,
y el olor de un perfume
que irrumpe en las fosas nasales.
Brindo por la confianza,
los audios a medianoche,
los karaokes donde se grita una balada.
Brindo por las celebraciones,
que duran días y semanas,
con comidas y bebidas abundantes.
Brindo por las personas,
por darse la oportunidad de conocer,
porque siempre algo nos enseñan.  
Brindo por quienes actúan bien,
teniendo la oportunidad de dañar,
porque habla de su integridad
y buen corazón.  
Brindo por la espontaneidad
y por las sorpresas,
brisa fresca que nos respira en el cuello.
Brindo por los cambios,
porque los puntos cardinales se vean alterados,
y que los destinos se tuerzan cada tanto.   
Brindo porque cada año es distinto,
cada día es diferente
y porque nunca somos los mismos.
Brindo por el 2017,
que espera en la orilla
para ser llevado por el mar.
Brindo por el 2018,
nueva ola
que traerá mensajes a descifrar.  



Foto que saqué el 03/07/2017 por la tarde.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Jugar a ser Dios

Me estoy escribiendo
con lo que te dije ayer
y lo que pensaré mañana.
Me estoy reescribiendo.
Siempre soy la misma
y nunca igual.
Me escribo para hacer posible lo soñado
y para ser muchas personas en esta única vida.
Me escribo para jugar a los opuestos
y para ser hormiga o cielo.
ME escribo porque TE escribo,
porque nos escribo a todos,
con nuestras contradicciones
y nuestros matices.
Me escribo para acordarme
y mantener intacto
y también para romper
y transformar.
Me escribo con colores,
me cuento con números.
El perro de la esquina me observa
y me pide trascender,
así como el transeúnte,
que con mirada oscura,
cruza la calle
o la que trota con calzas fucsias de leopardo.
Me escribo en simultáneo
(mientras escribo, alguien me escribe)
y en mi cuento me subo a un taxi con música de los ochenta,
o amanezco en México en una playa
o con Alina Reyes.
Mientras me escribo, me leo;
mientras me leo, me cambio.  
Detengo la muerte de alguien que ya murió,
deshago el choque de autos con mis manos,
planto un árbol donde ahora hay una multinacional.
Cuando escribo hago que el otoño dure más
o el verano se adelante
o que aquello ignorado
(que se ahoga)
tome consistencia y salga a flote.
Cuando escribo
sostengo la gota de lluvia con mi dedo
y corro las nubes con mis ojos;
la sed y el hambre se vuelven manantial y manjares.
Cuando escribo, agradezco
o realizo venganzas
o me río del juego de ajedrez que es la vida
y de lo tontos que somos planeándola.
Cuando me escribo,
me siento en una reposera en el patio
y muevo los hilos del universo,
probando combinaciones melódicas nuevas.
Me escribo.
Te escribo.

Nos escribo.


lunes, 27 de noviembre de 2017

Balada para un loco

Se agarra de la reja y mira.  El Sol ilumina, con su calidez de atardecer, el cielo.  Está contento, fascinado.  Acá nadie lo registra.  Él sabe que es alguien que no suele pasar desapercibido aunque, por lo general, no lo observan con ojos de cariño, sino de miedo o temor.  Nunca le quedó claro el porqué, si es completamente inofensivo.  Mira a cada una de las personas.  Hay jóvenes, gente de mediana edad, una abuelita que no puede tener menos de ochenta años y mide, con furia, uno cincuenta.  
Quiere entrar a la pista y bailar.  ¡Hace cuánto que no danza! ¡Hace cuánto que no escucha música!  Tantos días deambulando por las calles, como zombie, como todos los que van con maletines y apagados, desconectados de su ser.  
Pero nadie querrá bailar con él, de eso está seguro.  Se mantiene en su lugar.  ¡Qué fuerte que suena el tango!  Se le pone la piel de gallina.  
¡Qué lindo cómo giran en círculos hombres y mujeres abrazados!
“Me baila alrededor, vení, volá, sentí”.  Contempla sus manos negras, su traje roto y manchado.  Se acaricia la barba blanca y larga.  Y huele el perfume.  Le llega desde la pista un aroma a flores recién cortadas.  ¡Él solo quiere un abrazo!  De joven deseaba ser bailarín y siempre le había gustado el tango.  Sabía algunos pasos que había aprendido cuando acompañó a una novia, Mariela, a una milonga por Vicente López.  Gente paqueta, cheta.  Vestidos largos (rojos y azules) con tajos insinuantes.  
Y ahora está acá, viendo polleras largas de colores girar y girar y hombres de traje y gomina, barbas prolijamente recortadas y cabellos mojados y…

Tiene que entrar.  La puerta está abierta: siempre lo estuvo.  Pero no se animaba a dar esos pasos necesarios.  No va la luna rodando por Callao pero sí por las calles de San Martín, donde comienza a anochecer.  Con la cabeza gacha, avergonzado, entra como pidiendo permiso.  En todo este tiempo tantas veces lo echaron de lugares, que ya se acostumbró a sentirse como una molestia.  Y se pierde entre las guirnaldas de luces colgadas en el techo.  Se sienta cerca de la reja contra la que había estado minutos atrás y permanece allí durante horas.  Es el último en dejar el patio de la Municipalidad.  La noche en la calle luego no es tan dura: al menos guarda en su corazón las letras de algunos tangos e incluso se anima a bailar un poco entre los cartones.  



sábado, 25 de noviembre de 2017

En el nombre del padre

Después de meses de inacción, finalmente persiguen a alguien interesante o, básicamente, lo novedoso es que persiguen a alguien.  La alarma del auto se enciende con su azul eléctrico y el acelerador pasa de modo avión a modo velocidad.  A Santiago, el tuerto, le hierven las venas.  No puede parar de dar pequeños brincos en su asiento como un niño que ve un juguete nuevo, más que nada el batimóvil lujoso.
Santiago es Robin, pero con facturas en una mano y el tetra de Termidor en la otra.  A escondidas, claro está, chupa y chupa cada media hora.
Hace unos días el Termidor surtía efecto, ahora fluye en su sangre como agua.  La tristeza de la inactividad ha ocasionado dos consecuencias en él: ha aumentado quince kilos en dos meses y se ha hecho un borrachín de los que mean por la calle y no pueden coordinar las palabras.  Por eso Gabriel, que de arcángel tiene poco y es el Batman de la relación, es el piloto de ese avión, el capitán de ese barco, el extraterrestre que maneja la nave.
Gabriel, con el pelo con gel en el año 2017 y una pinta de Gardel congelado a lo Walt Disney, pone música de Rammstein.  Inmediatamente Robin y Batman, o Santiago y Gabriel, comienzan a sacudir la cabeza hacia arriba y hacia abajo y hacia adelante.  “Y el meneaito, y el meneaito, y el meneaito, meneaito, meneaito, meneaito, menea ahí, ¿a dónde?, ahí, ¿a dónde?, ahí, ahí, ahí, ahí” se infiltra la canción.  Gabriel y Santiago se miran y estallan en una risa.  Santiago sigue riendo unos minutos más, Gabriel súbitamente detiene sus carcajadas.
- Me la baja este tema- expresa con la cara seria.  Santiago, que nunca ha salido al ruedo con él porque no ha habido oportunidades, se sorprende ante el cambio repentino de humor.
- ¿Qué te gustaría escuchar?- pregunta temeroso.
- Lali Espósito.  Poneme “Histeria”.
Santiago no sabe cómo enfrentársele.
- Apa-la-papa.
- Poneme Lali.  “Es tu histeria, todo gira en torno a tu histeria”- canta y suelta el volante.  Mueve en círculos sus manos delante de su cuerpo.  Santiago lo sostiene lo más derecho que puede, con la otra mano en el Termidor.
Gabriel mira directo al cielo, parado solo en la calle.  Al fin su nombre cambiará de ser “Gabriel González” a “policía González”.  Aunque la placa la tiene hace tiempo, hoy es su primer caso.  Y llovizna, con qué intensidad inicia la lluvia.  Y Gabriel ríe y poco a poco se desnuda.
Primero el pesado y ridículo chaleco antibalas, lo coloca con cuidado en el piso.  Luego su camisa, le arranca los botones, después los pantalones: liberador.  Los dos grados de temperatura son para él brisa fresca.  Comienza a hacer lagartijas.  Todo se vuelve negro.
Santiago está con la cabeza gacha.  Abre con las manos el tetra de vino, comenzando por el agujero que ha hecho para usar como pico.  Mira el fondo del envase.  Pasa el dedo por los bordes.  Se lo lame con el poco vino que absorbe la huella dactilar.
Batman está más que serio: caracúlico.  Santiago se siente incómodo.  Le alcanza una factura.
- Te dije que cuando estoy manejando no como ni escucho música.  De hecho, no tengo más ganas de manejar- Suelta el volante y suelta todos los pedales.  El coche se ahoga- Quiero dormir- dice y se recuesta en el auto.  Apoya sus manos sobre el respaldo y se posiciona con el cuerpo mirando a Robin.
- La puta que me parió- larga Santiago.
Gabriel duerme como un bebé.  Increíble.  Santiago agarra el celular.  Mira la hora.  Dos y cuarto de la tarde.  El chorro se les escapa.
Llaman al auto por el Walkie Talkie.  San Robin se agarra la cabeza.  Insisten.
- Unidad 843, ¿me escuchan?- Santiago no contesta.  Se hace el despistado- Tuerto, soltá el vino.  ¿Te creés que no sé que te chupás hasta el agua del florero?- Santiago observa el envase.  Saca la cabeza por la ventanilla.  Mira al cielo.
- Che, loco, vos sí que ves todo- dice creyendo que Dios le habla.  Siente una mano que lo agarra del hombro.  Es Batman.  Mete la cabeza y nota que su compañero está a metros de su rostro, con los ojos como dos huevos duros.
- Ya estoy bien.  Me siento super descansado.  ¡Qué silencio que hay!  ¿Y la música?  La música es linda.  ¿Te gusta a vos la música?  ¡Ponete algo!- insiste Gabatman-  Robin asiente con la cabeza y toca play.  Lali Espósito con “Histeria”- No la banco a esta piba.  Sacame esto.  Poneme el meneaito que me la re sube- Santiago abre grandes los ojos, desconcertado.  
“Santiago, ¿por qué me has abandonado?” pregunta Gabriel a la nada, aún en calzoncillos en una calle desolada.  “Y yo que te iba a convidar mis caramelos, de esos de los caros rellenos con dulce de leche y bañados en chocolate, que se te pegan al paladar”.
- Manga de salames, ¿pueden contestar?  O éste, además de ser su primer caso, va a ser el único- Gabriel arranca con todo el auto.
- Me encanta pistear.  Vos atendé el llamado.
Santiago agarra el Walkie Talkie.
- Sí, acá, jefe.
- Al fin, ¡querido!  ¿Viste que no costaba tanto contestar?
- Sí, pasa que tuvimos algunos problemas.
- ¿Qué problemas? ¿Con el chorro?- pregunta el jefe.  San Robin mira a Batman que no para de bailar con el meneaito y sube el volumen al mango.
- No, jefe, ya los solucionamos.
- ¿Y esa música?  Esto no es un boliche.  ¿Ya agarraron al tipo?
- Todavía no, pero en eso estamos.
- Métanle.  Acuérdense calle 41 y la 90.
San Robin aparece por la esquina de la 90.  Mira para todos lados, se siente perseguido.  Corre hacia Gabatman que ahora baila en ronda, simulando al baile griego en “Zorba al griego”.
Lo agarra del brazo y le dice en voz baja:
- Tengo al sospechoso.  Vestite de una vez que esto es un papelón.  Está la señora en el balcón filmándote.  Vas a aparecer en Youtube y en la Tele’ tuve.
Santiago se agacha, recoge la ropa del suelo y el chaleco antibalas y le coloca la camisa, grosso modo, rápidamente.  Los pantalones se los da en la mano para que el no arcángel Gabriel se vista.  Se da vuelta.  Batman, con lentitud, coloca una pierna dentro del pantalón.  Luego la otra.  Le agarra el bajón.  Empieza a llorar.  Santiago se agarra la cabeza.  Todo lo que está viviendo es un delirio.  Y lo más incoherente de todo es que él no está borracho y es el responsable de la pareja.  Le pone el chaleco antibalas porque lo lenteja que está su compañero lo desespera.  Lo toma de la mano y corren por la 41 hasta la 88.  Gabriel bambolea la mano de adelante hacia atrás, como un niño que juega con su cuerpo.  Lo disfruta.  El ladrón viene hacia ellos por la 88.  No los ve, porque se escapa y no deja de mirar hacia atrás.  Gabriel le suelta la mano a San Robin, frena bastante lejos y desenfunda el arma.  Le apunta.
- Arriba las manos o te hago boleta- Santiago está paralizado a unos metros, entre ambos.  El ladrón, desafiante, dirige su mano a la pistola.  Santiago se corre de la escena y se refugia detrás de un árbol.  Está aterrorizado.  Gabriel destraba el gatillo y grita- Te dije que arriba las manos o no la contás.
El ladrón intenta agarrar su pistola.  Gabatman, en un giro repentino, se apunta a la sien y se dispara.  Robin llora por su Batman, escondido detrás del árbol.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Íbamos al mismo curso desde el primer grado.  No nos soportábamos.  A mí me parecía pedante, insoportable, que puro diez y se creía mucho.  Yo le parecía un vago que se hacía el simpático pero que en realidad era un nabo.  No nos tolerábamos.  Yo fui el que le cortó su goma de Barbie en el recreo.  Ella fue quien le botoneó a la maestra que yo me había robado los dados que estaban en el armario.  Me vengué pinchándole la rueda de la bicicleta, se cayó a la cuadra y me reí mucho.
Cuarto y quinto año de la Primaria no fueron muy distintos.  
Ella seguía sacándose diez.  Yo continuaba siendo un vago.  Andaba bastante con mis amigos.  Me gustaba caminar durante horas.  Ella se la pasaba estudiando.  
Un día cuando se fue al recreo, le metí una tiza en su gaseosa.  Ella, en respuesta, me cortó la base de la mochila.  Se me cayeron todos los libros sobre el pie, el cual se me hinchó, por su culpa.  
En sexto, nos fuimos de campamento y su habitación era la contigua a la mía.  Una noche entré y cuando estaba a punto de teñirle el pelo de verde mientras dormía, la encontré abrazada a una foto de un señor con ella.  Pensé en burlarme igual, en seguir con la tintura pero algo había escuchado al respecto.  Al parecer, su papá había sufrido un ACV y su mamá le había dicho que no volviera a casa aún, porque prefería evitarle la imagen fea.  
Se sentó a mi lado ante la mesa, con su jarrito con mate cocido y el pan del día anterior que nos habían dado en el campamento.  Me dijo que me había visto cuando salía de su pieza y que pensó que yo le habría hecho alguna maldad, pero que revisó todas sus cosas, su pelo, su cara, su cuerpo, su cama y no encontró nada extraño.  Así que me preguntó por qué motivo había ido a su habitación.
Me agarró desprevenido.  Le contesté tartamudeando, como pude, que en realidad había ido a teñirle el pelo, pero que la vi abrazada a la foto de su papá y entonces recordé lo que se rumoreaba y no me pareció bien burlarme de ella en estos momentos.  Me preguntó si estaba bien hacerlo en otros momentos, con el tono de voz que usaba mi mamá cuando me retaba.   Le aclaré que era una cuestión de piel, que yo no me llevaba con ella y que bien sabía que ella tampoco me aguantaba.  Asintió con la cabeza pero me dijo que tal vez era porque teníamos una imagen equivocada del otro.  Le comenté que tenía la imagen de que ella era traga y eso no era mentira.  Ella lo confirmó y añadió que pensaba que era un vago y que de eso no había dudas.  Tenía razón.  Pero me dijo que, por fuera de eso, no sabíamos nada más el uno del otro.  Yo le dije que estaba equivocada: conocía su mochila a la perfección, la hora en la que llegaba al colegio y la hora en que se iba, qué día cumplía años, cuál era su color favorito y el que más detestaba, su grupo de amigas, las notas que tenía en cada materia.
Me miró con cara de que era un bicho raro aunque admitió que ella sabía los nombres y apellidos de mis amigos, mi promedio lo había calculado tres veces, conocía cómo dibujo en la clase de Plástica (dijo que le hago las bocas demasiado grandes y por fuera del círculo de la cabeza a los humanos: estoy de acuerdo) y me tiró una bomba, algo que me hizo pensar que pensaba un poco demasiado en mí y no necesariamente con bronca sino con interés.  Me dijo que cuando miro a la luna, mis ojos se vuelven verdes y que cuando estoy por completo a oscuras se me ven marrones.  Le pregunté cómo sabía que era así.  Me respondió que el otro día me había observado mientras jugábamos a la mancha rayo a la noche en el campamento.
Estábamos en sexto grado.  El colegio no tenía secundaria.  Probablemente todos nos separaríamos el año entrante y eso me ponía triste.  La besé en la boca.  Ella estaba sorprendida.   Sacó una caja de fósforos del bolsillo, prendió uno y me amenazó con quemarme si me volvía a acercar.  Me reí y soplé.  El fuego se apagó.  Prendió otro.  Hice lo mismo.  Se rindió.  Apreté su mano con la mía.  Se ablandó.  Caminamos por el parque.
Al año siguiente, el colegio inauguró su secundaria.  Era un lindo terreno, chico pero por lo menos nuestro, cerca de la primaria.  Nos pusimos de novios en Marzo.  Desde el campamento salíamos juntos.   
Se sentaba a mi lado.  Pero no podíamos tener nada de contacto.  Nos retaban cada dos minutos en el colegio.  Ella garabateaba durante horas en su cuaderno I & A y hacía el típico dibujo del corazón con la flecha.  Después de unos meses, se peleó con sus amigas.  Ellas le reclamaban que no pasaba más tiempo a su lado.  La pobre les explicó que su padre había vuelto a tener un ACV, esta vez más complicado, y que entre eso y estar conmigo, estaba con mil cosas en la cabeza.
Se pelearon y la excluyeron de su grupo.  Intenté incorporarla al mío.  Aunque los chicos todavía no se acostumbraban a que saliera con quien había sido objeto de mis burlas durante tantos años, aprendieron a quererla (pero no tanto como yo, porque si no, me la podían llegar a robar y todo mal).
Ella empezó a bajar su promedio, yo empecé a subir el mío.  Fue increíble.  Mamá dijo que parecía que me llegaba el conocimiento del cielo.  No sé si para tanto.  Yo seguía estudiando lo justo y necesario, pero por alguna extraña razón, aprendía más.
Ella comenzó a cambiar su humor.  Había días que estaba triste y lloraba por cualquier pavada.  Le pregunté qué le pasaba y después de mucho insistir, me dijo que estaba menstruando  y que estaba triste.  Le compré chocolate, porque mi mamá decía que a las chicas les hace bien el chocolate.  Tenía razón.  Se puso feliz con rapidez.   Pero a las dos semanas lo mismo y le pregunté si estaba menstruando y me dijo que ya se le había ido, que era un ignorante, que no dura tanto la menstruación.  Y entonces no sabía por qué estaba triste esa vez, si por sus amigas con las que se había peleado, su papá que estaba grave de salud, si mis amigos no le caían bien o si ya no me quería.  
Pasaron los meses con esas alteraciones de humor.  A veces se reía fuerte, a veces lloraba intensamente.
Su papá se murió.  Me asusté y no quise ir al funeral.  No fui.  Ella me lo recriminó.  No fue ninguna de sus amigas, sólo uno de “nuestros” amigos, mis amigos.   “Me acompaña en el dolor” dijo ella.  “Me entiende.  No hace falta que le explique lo que siento para sentirme comprendida”
El día 10 de Septiembre, a las doce horas en Banfield, Provincia de Buenos Aires, Argentina, me dejó.  Confesó que estaba saliendo con mi amigo, el único que había ido al funeral.
Desde ese día se la tengo jurada.  Hice un pacto conmigo mismo de que me iba a vengar.  Y la oportunidad llega.  Estoy en el congreso de meteorólogos, votando el nombre para los próximos huracanes.  Ésta es mi oportunidad.  Espero a que digan la “I” y arrojo “Irma”.  Años macerando ese buen nombre para que salga a la luz en el momento adecuado.  El destino es que se llame así ese huracán, puesto que el 10 de Septiembre llega Irma a Miami con toda su potencia, después de haber  pasado vorazmente por República Dominicana y Puerto Rico, entre tantos otros lugares.  Y es noticia a nivel mundial.  Y es igualito a ella: impredecible, cambiante y destructor.

IRMA

jueves, 5 de octubre de 2017

Direcciones opuestas

A veces todos danzan en un sentido 
Y yo en el opuesto.
No es por llevarles la contra 
Ni que me crea mejor.
Es porque me rehúso 
A perderme el baile que es la vida,
Tanto más original 
Como mis pasos sean libres. 
Y entonces me permito
Caminar en círculos durante horas 
Y saltar sobre una baldosa en plena lluvia 
O correr hacia dónde?
Hacía nada, 
Pero correr al fin a algo
Como los sueños con aroma a una rama de vainilla 
Y entonces hago la pregunta 
Cuando ya todos respondieron
Y dejo que La música mueva mis pies
Y mi cuerpo sienta las voces de un canto 
Mientras los segundos se alternan
Con un sello único sobre la hoja. 
A veces yo danzo en un sentido y todos en el opuesto.


P.H: Eileen Stalherm