Desde niños nos enseñan
a jugar con bloques.
Algunos construyen autos
y disfrutan de recorrer ciudades,
paisajes aún no inventados.
Otros arman casas
y crean familias
con historias dramáticas
o estereotipadas.
Hay quienes configuran faros
y miran el mar que los rodea
con tanta calidez en la noche.
Varios arman cines,
con pantallas gigantes
y fantasean con estatuillas
y besos al finalizar la función.
Unos pocos construyen cárceles,
y juegan a ser carcelarios,
a tener todo el poder
que es peligroso que tengan.
Pero un solo niño apila bloque tras bloque,
encastra con los dientes castañeteándole
la xenofobia proyectada en un muro.
Y entonces los pocos carcelarios festejan
porque ahora van a estar encerrados en un
espacio mayor
gracias al buen niño Trump
que construyó una cárcel más cómoda para
todos.