martes, 23 de octubre de 2018

L I M O N E S

Capítulo 5

—Bueno, ésa es la casa de la familia de Andrea. Nos vemos.
—¿Cómo, me dejás sola?
—Yo no entiendo nada de tus cosas de investigación. Aparte te arreglás sola. ¿O no?
—Sí, obvio que me arreglo sola. Pero…
—Salvo que no quieras que ande solo por la ciudad porque sabés que mi novia vive acá… —el hijo de la Pancha le sonríe pícaramente.
—¿Qué decís? —se queja Nieves y cambia de tema—. ¿A qué hora nos encontramos para volver?
—Hagamos una cosa. Yo te paso mi número de celular y me mandás por Whatsapp cuando estés lista.
Nieves duda. No sabe si es una buena idea tener su teléfono de contacto.
Eliseo prosigue:
—¿Qué pasa?
—No, no, nada. Decime el número.
Nieves saca su celular Iphone y anota el teléfono. Él saca de su bolsillo uno de esos celulares básicos, que gracias si tiene Internet.
—Mirá que a esos celulares les van a sacar Whatsapp de tan viejos que son.
—Disculpame, porteña. ¿Acaso te estás burlando de mi celular?
—No, para nada. Te aviso porque recuerdo haber leído una noticia que decía que a esos modelos les van a sacar Whatsapp.
—¿Anotaste mi número?
—Sí.
—Mandame un Whatsapp así ya te tengo agendada.
Eliseo espera unos minutos. La pantalla de su teléfono se ilumina y entra al mensaje.
—Soy Nieves.
—Listo ya quedamos en contacto. Nos vemos después.
—Sí. Te mando cuando esté lista.
—Chau —dice, dándole un beso en la mejilla, seco. Mientras se va, le arroja—. Vos quedate con tu celular última generación y tu soledad de capital.

...Continuará...



miércoles, 1 de agosto de 2018

L I M O N E S

Capítulo 4

¡Ay, no! ¿Complejo de Edipo? Le atraía una persona que tenía el mismo nombre que su papá, quien también se había criado en un campo, al igual que ella. Pero ¿qué va a saber el hijo de la Pancha del complejo de Edipo? Sabe de vacas y de caballos y de sexo. Y ahí se acabó. Ah, no. Faltan los limones. Sabe de limones, como todos los residentes de esta localidad.
Eliseo le recuerda a cómo era ella antes de vivir en la capital. Pueblerina. Su vida giraba en torno al pueblo. Sólo sabía de vacas y de caballos hasta que, a sus quince años, su mamá se separó de su papá y se fueron a vivir al centro, plena Avenida Córdoba. Todo muy lindo y muy cerca, pero muy todo. El campo se caracteriza por la austeridad. ¿Para qué más? La riqueza está en el cielo, en las estrellas a la medianoche, en el amanecer en verano. En capital, el tiempo tenía otro ritmo. Cuando en el campo bailaba chacareras y zambas, en la capital le exigían que bailara reggaeton y perreara intensamente.
Pero, después de años, se acostumbró. No hay nada que el tiempo no cure y ésta no era la excepción. Siempre había sido muy inteligente y, sobre todo, curiosa. La primera vez que había resuelto un caso fue a partir de una desgracia que le tocó vivir de cerca. Su abuela materna, Adela, fue asesinada. Nieves, impactada ante la noticia, no durmió ni comió hasta resolver el enigma. Necesitaba saber quién había sido el culpable. ¿Quién podía ser semejante animal?
Después de haber hablado con los vecinos y entrado a las redes sociales de su abuela, descubrió la verdad. Lamentablemente, el asesino fue el abuelo de Nieves. Pese a que estaban separados hacía años, al parecer el abuelo había contactado a Adela hacía poco desde un Facebook trucho y había intentado seducirla. La abuela cayó en su trampa y, después de mucho hablar, lo invitó a su casa.
Si tan solo hubiera sabido que se trataba de su ex esposo, jamás habría aceptado que pusiera un pie en su hogar nuevamente. No quería saber nada de ese hombre. Era alcohólico y le pegaba. También había maltratado a su hija, la mamá de Nieves, Soledad. Un día, hastiada por la situación y el temor, la abuela volvió antes del trabajo, retiró más temprano a Sole del jardín y armaron juntas el bolso. Adela le prometió a su hija que era un viaje adelantado por las vacaciones de invierno que arrancaban el lunes pero, en realidad, era un acto de liberación.  
Pasaron años escapándose de él, pidiendo órdenes de restricción, haciendo denuncias en la policía.
Y ése fue el final de la abuela de Nieves. Asesinada después de tanta lucha. La única que fue capaz de rastrear la dirección de IP fue Nieves. A los policías les daba que el dueño de esa IP vivía en Tucumán. Pero no. El tipo vivía en Avenida Cabildo y, como era ingeniero en sistemas, sabía muchos trucos informáticos.
La abuela de Nieves murió el 28 de agosto de 2008. Nieves tenía diecisiete años en aquel entonces y ese evento la marcó para siempre.

...Continuará...


jueves, 26 de julio de 2018

L I M O N E S

Capítulo 3

Están en la camioneta, en silencio. Nieves mira de reojo al hijo de la Pancha, mientras él maneja, y sonríe. Se comporta de manera tímida. ¿Cuándo fue la última vez que actuó así? Probablemente, en el viaje de egresados, cuando su amiga Marcela le hizo gancho con un chico que se hospedaba en el mismo hotel de Bariloche. Se besaron en el boliche, bajo el efecto de las luces. Pero no fue tan romántico como parece. Ella estuvo a punto de meterse en su cama, pero se arrepintió. Le ganaron los pensamientos. Nieves prefirió esperar un día más y él prefirió acostarse con otra chica de su mismo colegio. Ni un día aguantó…
Siempre le pasa lo mismo. Nieves no sabe diferenciar el sexo del amor. Y, por culpa de esta dificultad, tiene mucho menos sexo de lo que querría. Por eso ha dedicado tanto tiempo de su vida a la investigación: era una buena forma de sublimar toda esa energía.
El hijo de la Pancha siente la mirada de Nieves.
—Me estás echando un mal de ojo…
—Nada que ver —Nieves desvía la mirada a la ruta—. Me encantan los girasoles que hay acá. Son tan amarillos.
—Sí, son muy bonitos. Igual, cuando los ves todos los días, te cansás. Es como todo. Lo rutinario es aburrido.
—Y por eso vos siempre estás en busca de aventuras, ¿no?
—Vos podés subirte a esta montaña rusa...
—¿Eso fue con doble sentido?
—Me gusta. Estás empezando a pensar mal de mí.
—Cortala con las indirectas.
—No, si yo soy bien directo.
—Bueno, entonces cortala que estás de novio.
—Pero la rutina me aburre.
—Y un día, las aventuras también te van a aburrir.
—Lo dice la que nunca tuvo una aventura.
—¿Qué sabés si nunca tuve una?
—Vamos, Nieves. Sos muy recatada. Demasiado. Como si te diera miedo tener sexo, porque te recuerda que todos somos un poco animales en el fondo.
—Hablá por vos. Yo de animal no tengo nada.
—Sí, sí tenés. De hecho, sé muy bien a qué animal me hacés acordar.
—Ah, ¿sí?
—Sí. ¿Querés saber?
—No.
—Bueno, a una zorra —arroja el hijo de la Pancha.
—¡Sos un guarango! —dice, indignada—. No sé dónde aprendiste a tratar así a las mujeres, pero sos un desubicado de mierda y me tenés cansada.
—Ay, dijo mierda, la investigadora recatada.
—Sí y no sé qué carajo te pasa a vos que me tratás así. ¿Quién te creés que sos? ¿No te das cuenta de que no todo gira alrededor de tu ego? Se está muriendo gente en tu pueblo, por eso vine. Pero vos no podés pensar en nada más que en cogerte a la investigadora. Vos también vas a terminar solo y muerto. Vas a morir solo.
—¡Qué madura, la investigadora!
—Mi nombre es Nieves. No soy “la investigadora”, ¡campechano!
—Y yo no soy “el hijo de la Pancha”. Ni te gastaste en todo este tiempo en aprenderte mi nombre.
Se hace un silencio. Ninguno de los dos se miran. El hijo de la Pancha acelera.
—¿Qué hacés? Nos vamos a matar —expresó Nieves, preocupada.
—Ma’ sí.
—Cortala.
—Hasta que no me preguntes cómo me llamo, no voy a parar.
—¿Para qué querés que sepa cómo te llamás?
—Porque soy una persona, no una cosa que estudiás.
—Y yo soy una persona, no un objeto sexual.
—Te estoy llevando a la ciudad. Lo mínimo que podés hacer es preguntarme el nombre.
—Bueno, ¡está bien! ¿Cómo te llamás? —pregunta Nieves, quejosa.
—Soy Eliseo —baja la velocidad.
—¿Eliseo?
—Sí.
—Mi papá se llamaba Eliseo.


...Continuará...


lunes, 4 de junio de 2018

La casa se va quedando vacía

La casa se va quedando vacía.
Los almohadones pretenden tapar
donde hubo vida,
donde la alegría reinó.
Los espacios se hacen
cada vez más grandes
y los muebles inertes
se hacen más fríos.
Las fotos se borronean,
los sueños repiten una y otra vez
lo que no quiere cerrar,
lo que no quiere morir.
Los silencios se hacen más profundos,
la música no llega a cubrir
todas las esquinas.
El invierno se hace más nublado,
los árboles se secan en la puerta,
las flores no tienen ganas
de iluminar con sus pétalos las ventanas.
La casa se está vaciando.
Las aves vuelan con demasiada rapidez,
los años pasan
y no sé a dónde se van
pero se escapan entre el mosquitero.
Ni los tangos que bailo sola,
bordeando las sillas de madera,
llenan de energía
los pisos fríos.
Quizás por eso
festejamos tanto cada invitado
tratamos de que se escuchen risas,
llenamos las mesas con tés
y budines por la tarde.
Carnes y empanadas
los mediodías.
La casa se va quedando vacía
y los espacios nos huelen
a los que ya no están...


sábado, 7 de abril de 2018

Insomnio

Más vale, al insomnio,
ponerle nombre y apellido.
Asignarle un horario laboral.
Digamos, a partir de las nueve a.m.
hasta las tres de la mañana.
Atribuirle un color:
el azul de la tristeza,
el negro de la muerte.
Encontrar los factores determinantes:
estrés, desamor y tecnología.
Más vale, al insomnio,
ponerle nombre y apellido,
y por qué no,
un lindo apodo.
Crearle una cuenta en Instagram
y subir fotos de él
teniendo éxito en su trabajo.
Acá, con Mariana,
que está triste por la partida de su gato.
Acá, con Joaquín,
que no pudo soltar la serie nueva de Netflix.
Con Romina,
que tiene el Whatsapp abierto hace media hora
en la conversación con su ex.
Más vale, al insomnio,
ponerle nombre y apellido,
para poder hacerle frente.


sábado, 31 de marzo de 2018

Yo quiero que sonrías de verdad

Yo no quiero que sonrías
si no te sale del centro del pecho
como un fuego amarillo
o una bomba anaranjada.
No sonrías si no sentís ganas de hacerlo.
El tiempo es corto como para estar mintiéndonos.
No te rías falsamente
(es esa risa que no es río,
que está enjaulada
entre barrotes a los que les entra viento).
No te rías por compromiso,
porque te enseñaron que hay que reír
aunque el chiste sea malo.
Me gusta esa sonrisa que tenés,
cuando perdés el control,
cuando respirás un perfume
que es dulce y te quema en la nariz.
Reíte a carcajadas
si el corazón te late a gritos,
a euforia con chocolate,
por algo gracioso que lanzaste
con tu espontaneidad.
Reíte y que te duelan las mejillas
y que con la regla del cero
se revienten las manos en el Uno.
Reíte como Diane Keaton
que se llora y se intercala
y aplaudí la función del medio,
que es tan valiosa como la última.
Yo quiero que sonrías y te rías
sin pensarlo,
por impulso.
Que te transformes
en agua de pileta en verano.
Que el sol te acaricie las pupilas
y que entonces vuelvas a ser vos.


Fotógrafa: Eileen Stalherm
Modelo: Evelyn Stalherm

viernes, 30 de marzo de 2018

Tiempo


No le puedo ganar al tiempo.
Por más de que reste años
y quiera dibujar que un siete,
es un cuatro.

No le puedo ganar al tiempo.
Yo soy la liebre y él, la tortuga.
Siempre me vence,
con esa sonrisa socarrona
de quien sale victorioso.

No le puedo ganar al tiempo
aunque me invente atajos,
acorte los minutos en el baño,
en la parada,
en los transportes.

No puedo ganarle al bendito tiempo,
que tiene un as bajo la manga
cada vez que lo desafío.

Lo que estoy intentando explicar,
cuando digo que no puedo vencer al tiempo,
es que no le puedo ganar a la muerte.



jueves, 29 de marzo de 2018

En el colectivo


Lo veo desnutrido. Está tan sucio. Tiene manchas marrones de mugre en el rostro. Como costras. Se nota que no se baña hace tanto. Huele a caca. Probablemente se acaba de defecar encima.
Tiene los ojos grandes en comparación con lo delgado que es. Me recuerda al protagonista de la película del «Perfume». Tiene esa misma mirada. No puede dejar de meter su mano en su boca. Succiona los dedos, como si así lograra alimentarse. Se muerde con fuerza. Hace sonidos, como gritos ahogados. Sigue fregándose la mano. Se va a lastimar si continúa haciéndolo. Está tan solo.
La madre está al lado. Igual de desnutrida que él. Le veo cada una de las vértebras de la espalda. Es puro hueso. También se mete la mano en la boca. Parecen querer comerse a sí mismos.     
¿Acaso nadie los ve morirse lentamente? ¿Cuánto tiempo más pueden vivir? Dos, tres meses. Se están consumiendo. ¿Pueden largar sus celulares? Se están muriendo…

Foto de Matthew Henry en Unsplash


sábado, 3 de marzo de 2018

El problema de los títulos

Se soltaron agarrados,
como los enfermos se aferran a la cama de hospital.
Fue un domingo gris de otoño.
Si el sol brillaba alto en el cielo,
no entraba en la habitación.
Pero entre los abrazos y besos,
de sus cuerpos brotaba luz.
Iluminaron rincones inexplorados,
resonaron en cada uno de sus silencios
y con las miradas se devoraron el alma.
Aunque sabían que a mayor profundidad del mar,
más se tenían que matar de a poco,
la paciencia fue su estandarte:
lunares como constelaciones,
cicatrices sin sanar.
Se detuvieron en todos los detalles
y frenaron el tiempo,
por un segundo todos los relojes se congelaron
mientras la oscuridad reinaba a su alrededor.
El momento de éxtasis:
Big bang sensorial.
Se soltaron agarrados,
se dijeron adiós entre explosiones,
retumbaron sendas alarmas
por dejar en el olvido
aquel descomunal encuentro,
aquel punto seguido
que se había tornado punto final.

Lourdes María Ramognino - María José Tulino
"Abrazo" de Nancy Andrea Bernal






lunes, 26 de febrero de 2018

Escindida

Debería aprender a unir
cabeza y corazón,
tal vez vía el esófago.
Gritar un “te quiero” que salga de ambos.
Las emociones no son ni buenas ni malas:
son como muelas.
Pobres aquellos a los que nunca les brotan los sentimientos,
que atan con el piolín de un balero
cada latir
y todo insomnio.
Quiero vivir como las hojas al viento,
como una parada espontánea
en un puesto de medialunas recién horneadas.
Como un vino más dulce de lo que esperaba. 
Quién dice que no puedo ser
como la pared a la que se adhirieron mil afiches
y ahora escoge el suyo.
Quiero tener las mejillas encendidas
y ser como un supermercado
que solo vende segundas y terceras marcas.
O un auto de 1940
en plena Buenos Aires con pantallas gigantes.
Tengo que fluir
sin decir “tengo que”.
Tirarme de un escalera alta
y matarme un poco
(de risa, de llanto, de no sé qué)
Porque tengo muchos no sé,
que quiero llenar con no sés
y no, amiga,
bancátela.
Bancate la incertidumbre sin que te duela,
la juguetería sin muñequitos en exposición,
la góndola vacía.
Decile “¡qué hijo de puta!” al colectivero
en vez de querer romperle el vidrio.
Y si sos espontánea y te sale mal,
y bueno, lo intentaste.
Y si saltaste el charco en plena lluvia,
y bueno, lo sentiste.
¿Cuándo vas a dejar que el semáforo se ponga en verde
y abandonarás ese amarillo de alerta debajo de la cama?
Escrito el 16/02/2018
Dibujo realizado por Agustina Zavattaro.



domingo, 11 de febrero de 2018

Patear el tablero

Hoy elijo patear el tablero.
Transformar todas las certezas
en preguntas.
Si en realidad, lo único seguro
en esta vida
es que un dia vamos a morir.
Prefiero lanzar los dados
Y jugar a la generala en cada paso que doy.
A veces voy a perder
y eso no me hace débil,
me hace humana.
Me hace tan vulnerable
como somos todos en el fondo.
Una cosa son los asuntos de la cabeza
y otra cosa, los asuntos del corazón
y está bien patear los tableros de ambos.
Quiero saltar la soga cada vez más alto
Y que en el pato ñato sea siempre el pato.
Tal vez hace falta ir contra una pared
a doscientos kilómetros por hora
porque a veces solo se puede hacer,
si primero algo se rompe,
como una vasija que se transforma en florero
con apliques de mariposas de plástico
y pequeños mosaicos adheribles.
A veces hay que mirar la hiancia y bancársela,
aguantar la respiración contando un, dos, tres  
y después lanzarse al mar de la nada
(que está tan repleto de todo)
y decir "pucha, che",
unas veinte veces,
hasta que sane.
Hasta que el dolor sea un trampolín,
una cama elástica sin límite,
unas caderas moviéndose al ritmo del baile
a las doce de la noche,
bajo las estrellas.



Foto tomada por mí el 11/02/2018.