jueves, 26 de julio de 2018

L I M O N E S

Capítulo 3

Están en la camioneta, en silencio. Nieves mira de reojo al hijo de la Pancha, mientras él maneja, y sonríe. Se comporta de manera tímida. ¿Cuándo fue la última vez que actuó así? Probablemente, en el viaje de egresados, cuando su amiga Marcela le hizo gancho con un chico que se hospedaba en el mismo hotel de Bariloche. Se besaron en el boliche, bajo el efecto de las luces. Pero no fue tan romántico como parece. Ella estuvo a punto de meterse en su cama, pero se arrepintió. Le ganaron los pensamientos. Nieves prefirió esperar un día más y él prefirió acostarse con otra chica de su mismo colegio. Ni un día aguantó…
Siempre le pasa lo mismo. Nieves no sabe diferenciar el sexo del amor. Y, por culpa de esta dificultad, tiene mucho menos sexo de lo que querría. Por eso ha dedicado tanto tiempo de su vida a la investigación: era una buena forma de sublimar toda esa energía.
El hijo de la Pancha siente la mirada de Nieves.
—Me estás echando un mal de ojo…
—Nada que ver —Nieves desvía la mirada a la ruta—. Me encantan los girasoles que hay acá. Son tan amarillos.
—Sí, son muy bonitos. Igual, cuando los ves todos los días, te cansás. Es como todo. Lo rutinario es aburrido.
—Y por eso vos siempre estás en busca de aventuras, ¿no?
—Vos podés subirte a esta montaña rusa...
—¿Eso fue con doble sentido?
—Me gusta. Estás empezando a pensar mal de mí.
—Cortala con las indirectas.
—No, si yo soy bien directo.
—Bueno, entonces cortala que estás de novio.
—Pero la rutina me aburre.
—Y un día, las aventuras también te van a aburrir.
—Lo dice la que nunca tuvo una aventura.
—¿Qué sabés si nunca tuve una?
—Vamos, Nieves. Sos muy recatada. Demasiado. Como si te diera miedo tener sexo, porque te recuerda que todos somos un poco animales en el fondo.
—Hablá por vos. Yo de animal no tengo nada.
—Sí, sí tenés. De hecho, sé muy bien a qué animal me hacés acordar.
—Ah, ¿sí?
—Sí. ¿Querés saber?
—No.
—Bueno, a una zorra —arroja el hijo de la Pancha.
—¡Sos un guarango! —dice, indignada—. No sé dónde aprendiste a tratar así a las mujeres, pero sos un desubicado de mierda y me tenés cansada.
—Ay, dijo mierda, la investigadora recatada.
—Sí y no sé qué carajo te pasa a vos que me tratás así. ¿Quién te creés que sos? ¿No te das cuenta de que no todo gira alrededor de tu ego? Se está muriendo gente en tu pueblo, por eso vine. Pero vos no podés pensar en nada más que en cogerte a la investigadora. Vos también vas a terminar solo y muerto. Vas a morir solo.
—¡Qué madura, la investigadora!
—Mi nombre es Nieves. No soy “la investigadora”, ¡campechano!
—Y yo no soy “el hijo de la Pancha”. Ni te gastaste en todo este tiempo en aprenderte mi nombre.
Se hace un silencio. Ninguno de los dos se miran. El hijo de la Pancha acelera.
—¿Qué hacés? Nos vamos a matar —expresó Nieves, preocupada.
—Ma’ sí.
—Cortala.
—Hasta que no me preguntes cómo me llamo, no voy a parar.
—¿Para qué querés que sepa cómo te llamás?
—Porque soy una persona, no una cosa que estudiás.
—Y yo soy una persona, no un objeto sexual.
—Te estoy llevando a la ciudad. Lo mínimo que podés hacer es preguntarme el nombre.
—Bueno, ¡está bien! ¿Cómo te llamás? —pregunta Nieves, quejosa.
—Soy Eliseo —baja la velocidad.
—¿Eliseo?
—Sí.
—Mi papá se llamaba Eliseo.


...Continuará...


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