Juan
Carlos tiene 50 años. Está pelado,
gordo, y tiene unos anteojos culo de botella que no le favorecen su
aspecto.
De lunes a Viernes se sienta en una confitería a desayunar y toma un café
oscuro (Porque los escritores toman café oscuro) y un tostado de jamón y
queso. Exquisito. Saca su libretita, esa que tiene desde los
doce, y que encontró tirada hace un año adentro de la caja de las piedritas de
su gato Matusalén (Vaya a saber uno por qué había ido a parar allí). Juan Carlos tiene una meta: escribir la gran
novela. Ésa que lo lleve a publicar,
hacerse rico y por qué no, a tener una película basada en ella o por qué no
también una saga completa a partir de sus libros. Pero Juan Carlos tiene un problema: Escribe
para la mierda. Le pone onda, no es que
no lo intenta. Invierte tiempo en ello,
MUCHO tiempo. Incluso invierte más
tiempo en ello, que en su mujer (¡Con razón ella le dio un ultimátum el domingo
por la tarde!)
Juan
Carlos se sienta de lunes a viernes en esa confitería y hace los peores
escritos vistos sobre la faz de la tierra.
Siempre quiso tener el don de la escritura. Pero, como le dijo su esposa: Juanca, no lo
tenés. Te agarró el viejazo y la
rebeldía, y decidiste jubilarte anticipadamente y pasar las mañanas sentado en
un café y hacerte el Cortázar. Pero no
te sale. Y nos hundís a los dos.
Su
problema es la forma de narrar o que no tiene historia alguna para contar. Alguna anécdota debe tener, pues todos
tenemos anécdotas. Simplemente no
encontró aún la GRAN
anécdota.
Juan
Carlos va camino a fundirse económicamente.
Él no lo sabe aún, porque en su vida tocó una calculadora, pero sus
proyectos de escritura no son exitosos, la jubilación anticipada no le alcanza
y se empeña en gastar hasta los últimos pesos en esa confitería barrial.
Hoy,
que ya no le alcanzan los billetes para pagar el café oscuro (El tostado ya lo
resignó hace unos días) su suerte cambia.
Mientras se termina el café que al parecer va a ser el último que pueda
costear, ve a una mujer de cabellos oscuros, con un vestido floreado, blanco y
celeste y se retrotrae treinta y cinco años.
El café se le estanca en el esófago.
No es por la belleza de la mujer, sino por el símbolo que representa ella. La mujer así vestida le hace
acordar a Clarita.
Clarita
era de esas nenas sonrientes y felices.
Que todo lo que tocaba, se convertía en oro (Bueno, excepto él) Cuando le regaló para su aniversario de tres
meses ese vestido floreado, la sonrisa de Clarita iluminó la quinta de su tío
en la que estaban. Parecía tan ingenua
Clarita, creía que el mundo era un lugar de esperanza. Él recordaba a la perfección las florcitas
bordadas en el vestido, el que acarició.
Fue
la última vez que vio a Clarita contenta y fue la última vez que él fue feliz.
Juan
Carlos comienza a escribir cómo la mujer de su vida le rompió el corazón. Él cree que la película se estrenará a fines
de Diciembre de este año.