sábado, 31 de marzo de 2018

Yo quiero que sonrías de verdad

Yo no quiero que sonrías
si no te sale del centro del pecho
como un fuego amarillo
o una bomba anaranjada.
No sonrías si no sentís ganas de hacerlo.
El tiempo es corto como para estar mintiéndonos.
No te rías falsamente
(es esa risa que no es río,
que está enjaulada
entre barrotes a los que les entra viento).
No te rías por compromiso,
porque te enseñaron que hay que reír
aunque el chiste sea malo.
Me gusta esa sonrisa que tenés,
cuando perdés el control,
cuando respirás un perfume
que es dulce y te quema en la nariz.
Reíte a carcajadas
si el corazón te late a gritos,
a euforia con chocolate,
por algo gracioso que lanzaste
con tu espontaneidad.
Reíte y que te duelan las mejillas
y que con la regla del cero
se revienten las manos en el Uno.
Reíte como Diane Keaton
que se llora y se intercala
y aplaudí la función del medio,
que es tan valiosa como la última.
Yo quiero que sonrías y te rías
sin pensarlo,
por impulso.
Que te transformes
en agua de pileta en verano.
Que el sol te acaricie las pupilas
y que entonces vuelvas a ser vos.


Fotógrafa: Eileen Stalherm
Modelo: Evelyn Stalherm

viernes, 30 de marzo de 2018

Tiempo


No le puedo ganar al tiempo.
Por más de que reste años
y quiera dibujar que un siete,
es un cuatro.

No le puedo ganar al tiempo.
Yo soy la liebre y él, la tortuga.
Siempre me vence,
con esa sonrisa socarrona
de quien sale victorioso.

No le puedo ganar al tiempo
aunque me invente atajos,
acorte los minutos en el baño,
en la parada,
en los transportes.

No puedo ganarle al bendito tiempo,
que tiene un as bajo la manga
cada vez que lo desafío.

Lo que estoy intentando explicar,
cuando digo que no puedo vencer al tiempo,
es que no le puedo ganar a la muerte.



jueves, 29 de marzo de 2018

En el colectivo


Lo veo desnutrido. Está tan sucio. Tiene manchas marrones de mugre en el rostro. Como costras. Se nota que no se baña hace tanto. Huele a caca. Probablemente se acaba de defecar encima.
Tiene los ojos grandes en comparación con lo delgado que es. Me recuerda al protagonista de la película del «Perfume». Tiene esa misma mirada. No puede dejar de meter su mano en su boca. Succiona los dedos, como si así lograra alimentarse. Se muerde con fuerza. Hace sonidos, como gritos ahogados. Sigue fregándose la mano. Se va a lastimar si continúa haciéndolo. Está tan solo.
La madre está al lado. Igual de desnutrida que él. Le veo cada una de las vértebras de la espalda. Es puro hueso. También se mete la mano en la boca. Parecen querer comerse a sí mismos.     
¿Acaso nadie los ve morirse lentamente? ¿Cuánto tiempo más pueden vivir? Dos, tres meses. Se están consumiendo. ¿Pueden largar sus celulares? Se están muriendo…

Foto de Matthew Henry en Unsplash


sábado, 3 de marzo de 2018

El problema de los títulos

Se soltaron agarrados,
como los enfermos se aferran a la cama de hospital.
Fue un domingo gris de otoño.
Si el sol brillaba alto en el cielo,
no entraba en la habitación.
Pero entre los abrazos y besos,
de sus cuerpos brotaba luz.
Iluminaron rincones inexplorados,
resonaron en cada uno de sus silencios
y con las miradas se devoraron el alma.
Aunque sabían que a mayor profundidad del mar,
más se tenían que matar de a poco,
la paciencia fue su estandarte:
lunares como constelaciones,
cicatrices sin sanar.
Se detuvieron en todos los detalles
y frenaron el tiempo,
por un segundo todos los relojes se congelaron
mientras la oscuridad reinaba a su alrededor.
El momento de éxtasis:
Big bang sensorial.
Se soltaron agarrados,
se dijeron adiós entre explosiones,
retumbaron sendas alarmas
por dejar en el olvido
aquel descomunal encuentro,
aquel punto seguido
que se había tornado punto final.

Lourdes María Ramognino - María José Tulino
"Abrazo" de Nancy Andrea Bernal