“Qué
linda que estás” me dice Manuel, dándome un beso en la mejilla. Se empilchó muy bien. Tomamos asiento en ese lujoso
restaurante. “¡Qué contento me puse
cuando aceptaste mi invitación!”. Lucía,
culpo a Lucía.
Manuel
habla de él. Hoy en día todos hablan de
sí mismos con devoción. Se ve que se
aman mucho… Pero prefiero que sea él
quien abra la boca y yo quien escuche.
Mejor así. Para hablar a rolete
tengo mi trabajo. Ahí no me interrumpe
nadie nunca. Tengo un poder que ni los
sindicalistas tienen. “¿Y a qué te
dedicás?” pregunta Manuel cambiando de pose.
“Soy maquilladora” atino a contestar.
“Qué interesante, muy social, ¿no?”
“No tanto como la gente cree…
Pero contame de vos, ¿cuál es tu comida favorita?” Manuel se sorprende un poco por el vuelco del
tema pero encantado vuelve a hablar de sí mismo. Milanesa a la napolitana con papas fritas,
¡qué predecible! Oscar sí que no fue
predecible. Oscarcito, con esas cejas
más pobladas que China. Mirá que quedó
pituco.
Manuel
se aclara la garganta y vuelvo al espacio-tiempo en el que me encuentro. Miro el plato y veo que no comí nada. Empiezo a devorar. “Me interesa saber más sobre tu trabajo. Debe ser muy divertido” vuelve al tema él. Parece Mirtha Legrand, porque me pide que
hable cuando estoy hincándole el diente a los fideos, los pocos que venían en
el plato. “Uff, sí, no sabés, re
divertido. ¿Pero sabés qué es más
divertido? Mirar los Midachis. ¿A vos te gustan?” Se descoloca de nuevo. Me hace acordar a Roberto, que estaba todo
descolocado. Mirá que maquillar a un
tipo que no está derecho es bastante difícil, pero nuevamente hice magia. Manuel está incómodo, lo noto en el
movimiento rápido de sus pestañas, con ese parpadear. Tiene un tic.
Ya me di cuenta. Observo muy
bien, siempre me lo elogiaron. Sobre
todo Lucía. ¡Y pensar que hoy me tocó
maquillarla a ella!
Lo
mantengo entretenido mientras termino mi plato y pido el postre. Esta cita va a terminar mal, ya lo sé. ¿Para qué acepté?
“¿Sabés
qué estoy pensando?” me pregunta mientras estoy masticando el primer bocado del
mil hojas. Confirmado: tiene el síndrome
de Mirtha Legrand. Y el desgraciado
ahora espera que le pregunte “¿qué?” como si me interesara su respuesta. No tengo el poder de leer mentes, obvio que
no sé qué estás pensando. “Que se viene el cumpleaños de quince de mi hermanita
y justo mi mamá estaba enloquecida para encontrar una maquilladora.” Pobre iluso, sigue pensando que mi trabajo es
re divertido y social… Buen, tampoco se
puede decir que no es así. “No me dedico
a maquillaje social, como vos decís. No
hago books de quince, ni de bodas. Che,
esto está riquísimo. Quiero pedir uno
para llevar.”
Manuel
me mira y hace una mueca. “¿Por qué no
te dedicás a eso?” “Porque son muy
histéricas las quinceañeras, con el perdón de tu hermana que seguro es una
histérica quinceañera hormonal pero muy tranquila y diferente de las
demás. En una época eran fanáticas de
Crepúsculo, ahora de Marama y Rombai que donde termina uno empieza el otro y no
sé cuál es cuál” Él tolera mi
sinceridad. Éste puede llegar a ser de
los buenos. “Okay, te entiendo por qué
no con las quinceañeras. ¿Pero y las que
se casan? ¿En qué te afecta trabajar con ellas?”
Retiro
lo dicho. Le faltan jugadores. Mis neuronas se quieren suicidar en este
momento. “¿Me estás jodiendo? No hay nada más histérico, obviando a las
adolescentes de quince, que una mujer a punto de casarse. ¿Vos fuiste alguna vez a un casamiento?” Hago
una pausa para que se dé cuenta de que no se trata de una pregunta retórica y
que pueda contestar. “Sí.” “¿Y no le viste el rictus a las novias? El ojo que les titila a punto de estallar,
los dientes apretados que si estuviesen mordiendo una soga de barco la
cortarían, los granitos frescos que les brotaron de los nervios, horas antes de
salir a escena y ahora están tapados por base.” “Claro, sos muy observadora por
tu trabajo, es tu deformación profesional.
Le prestás atención a los rostros”
Suma puntos. Está, en una escala
del uno al diez, en neutro. “¿Y pero me
vas a decir que no trabajás con gente, que siempre puede haber tenido un mal
día?” “No. Todos mis clientes vienen del
peor día de sus vidas pero son muy considerados. Nunca se quejan” “Dah, ¿y cómo los
conseguís? No te creo. ¿Quiénes son?” “Las quinceañeras, las que se casan, los
nenes que están en un cumpleaños, los padres que quieren hacerse un book
esperando a un hijo: todos histéricos.
Pero
las calaveras… Las calaveras no chillan.”